lunes, 9 de abril de 2018

IRIS FERNÁNDEZ ÁNGEL


Preludio lírico al Libro Chile en haiku.
Abro el gran libro
los sueños del poeta
 vagan libertos.

Se hace la noche
las palabras se encienden
brotan poemas.

Sobre la página
en un arco de luz
danzan las letras.

Son versos astros
en noche constelada
del alma mía.

Chile en haiku

Arica embruja
valle siempre fecundo
sol, playa y mar.

Tibia paskana
brinda aromas exóticos
al visitante.

Vuelan parinas
 el lago arde en llamas
al atardecer.


La luna en vela
se desnuda en el lago
hierven las aguas.

Cielos ceñudos
cerrada nevazón
dos cuerpos arden.

En humedales
los auquénidos pastan
soledad, frío.

En la montaña
 los cactus candelabros
imploran a Dios.

Rumbo a Pachica
las flores del ayrampo
guían mi andar.

Ruge el Llay Llay
contrapuntes de vientos
el alma tiembla.

Temuco ancestral
surtidor de sangre india
jamás menguado.

Cruz de los Mares
en el confín del mundo
se alza triunfal.





IRIS FERNÁNDEZ ÁNGEL, 1947.Nacida en Ovalle,  residente en Arica, fundadora  de la SECH ARICA y de la Sociedad literaria Artes y Letras de Arica, de ambas fue presidenta. Ha desarrollada una extensa labor de difusión de autores regionales, nacionales e internacionales. En 1990 y 1991 editó la revista “Raima” de la Sociedad de Escritores de Arica, su poemario Ecos del Norte.

ROSABETTY MUÑOZ




(tal vez otras ciudades)

La gracia ha de caer en llamaradas
sobre las ruinas
sobre cada árbol, cerro, hendedura.
Un santo oficio sobre la naturaleza.

Y  tal vez mi cuerpo
                         con sus grietas y copas
                         se levantará otra vez.
Armaríamos entonces, otras ciudades:
éstas, tan frágiles hicimos.

La flor de la dicha

Aquí, a orillas de la mesa
con la ventana entreabierta
y una tetera silbando monocorde,
el instante despliega su andamiaje.

Descanso el rostro sobre el brazo
y me dejo recorrer por esta paz.
Ya antes de todo, ahí
                      en ese sitio
estaba concentrada la plenitud.

El fuego, la luz, los objetos amados
reunidos en capullo
          se abren  sin aspavientos.

Es la flor de la dicha
        que estalla unos segundos
y perfuma, al extinguirse,
        los demás momentos del día.

La dicha del agua

Ninguna oquedad permanece aquí sin su agua.
Se contempla el movimiento de las fuerzas naturales
             las frágiles ramas de los ciruelillos jóvenes,
            sus hojas asidas a toda nervadura para resistir el viento.
Nubes y nubes  se  funden
en la densa materia que cubre el cielo.

Una gran tela nos envuelve con su textura aguada.

Ninguna oquedad permanece aquí sin su agua.
        Y este pájaro hará cualquier cosa para llegar a la fuente.

Furor de yegua.

Pasa una manada de potros
por el río corriendo
         las crines erizadas
restallando el agua contra el lomo.

Espumajo y caricia
en el lomo mío ahora
bañándome a toda prisa
todavía en el hedor
             y con el aire espeso.

Tú, en la espesura.
Al campanilleo de pecíolos hinchados
sucede una rama fina
que luego, en espasmos, arboleda.

Fangoso el territorio de tu aliento.

Ah robustas nervaduras
y hojas capaces de sostener a un niño.

Fino trazo y quietud.

Arde en azul el musgo trepador.
Un intenso olor de húmero y agua
esponja el suelo.

Ninguna interrupción
más que el río correntoso y la piedra
que no logra contenerlo.

Respirar esta dulzura.
A bocaradas tragarse
         el pacífico estar:
este preludio de nada
que es el propio deleite.

Materia íntima

Hay espacios que se curvan y suavizan.
Extienden un aura amable,
desdoblan sus esquinas.
Nos entregamos a ellos, sosegados
dejando el paso libre incluso
hasta el fondo fondo de nuestras pupilas.
Allí donde el légamo oculta
un cristalino brillo.


Lo abisal del beso.

Humedecer e que aleteamos unísonos.
La fugacidad se estaciona
y pájaro en la nieve acurrucado
y estatua de pueblo enmohecida.

Besándonos
         retorno al paisaje
         éste, de brazos extendidos.


Espesor del instante

En días como éste,  se vuelve a inundar el patio de la infancia. El barro donde chapotean las gallinas, se vadea con tablones puestos uno a continuación de otro. La madre junta valor durante el día para enfrentar la oscuridad de la noche que se anuncia especialmente dura. Afuera estallan ventarrones fortísimos, truenos y relámpagos pero los niños de sus ojos tenemos permiso para ser felices y desarmar todo el orden doméstico: la cocina se convierte en una carpa de circo con las colchas y frazadas. El trapecio cuelga del techo y mi hermana se balancea en calzones a los que  hemos pegado papeles brillantes. Soñé tanto con estar trepada allí alguna vez con el pelo flotante y un traje de pedrerías. Pero lo mío era mirar. Y de algún modo, todavía estoy debajo de la mesa contemplando a mis hermanos y sus faenas riesgosas. Desde  el lavaplatos a la mesa de la cocina, el palo de la escoba para los más osados o una tabla también sacada de una cama, permiten el lucimiento de los equilibristas.
 Y otra vez una sonrisa me atraviesa de parte a parte cada vez que la lluvia empieza a tupir y se adivina el temporal. Porque la vida sigue siendo como esa improvisada carpa de circo. Mi madre en las sombras; su mano que no se ve, contiene el hilo de todo y ha dejado que cada uno se despliegue  según un tejido que tal vez no entiende pero confía porque es un hilo que viene de lejos

sin cortarse, desde su madre y las otras más antiguas. Mis hermanos siguen de lleno atravesando pruebas como si jugaran y yo aquí, deseando atreverme, agazapada un poco, ahora tras las cortinas .La sonrisa, ahora como entonces, no logra borrar el remiendo de las sábanas. Siento, eso sí, un aire de término y sospecho que no desfilaré en el gran final con tacos altos y medias caladas.

http://circulodepoesia.com/2010/12/fofa-de-poesia-no-265-rosabetty-munoz/