domingo, 29 de abril de 2018

CARMEN BERENGUER




LAS FALENAS CON SU PÚBIS ALBA
Desnuda la maldecida
nosotros sangrante vulva: Mueca
Mimética la rojita
se acerca

sangrantecercadalasangran

Eran hartos
me lo hicieron
me amarraron
me hicieron cruces
y bramaban
como la ma

Al alba soñé...


Al alba soñé que vomitaba murciélagos y lombrices
madre
soñaba que una espada me seguía
madre Entonces me acosté a su lado y ungí mi
cuerpo y ungí su cuerpo para despegarme las entrañas
mordí esta atadura acariciando esta prenda tan fina
mordí mis manos en su espalda hasta espejear la Última
luz


De: A media asta


Vampiro
              
Mi carne para su goce
Mi orgullo para su látigo
Mi protesta para su cárcel
Mi infierno para su edén
Mi amuleto para su suerte
Mi locura para sus sueños
Mi muerte para su vida

Oda a mi huerto de pelos


Ahora recojo unas puntas y las junto a las otras y no he cepillado ni peinado solo mojadas mecha a mecha las enhebro y las levanto con un soplo de vida

como  manto de olvido por el brazo herido y manca levanto al vuelo las puntas y las engarzo con flores de coliflor y serpenteados de tomates chicos simulando un huerto en mi  cabeza en una escena de arte de chacra cubre mi tiznado porvenir

Al otro día revuelvo los lazos de cabello y me asoman albahacas y hierba buena y solo levanto la parte de atrás y la aprieto con una aldaba de apio

Soy me digo: la mujer de la peineta morada que almidona la tristeza como si yo pudiera hablar altisonante o yo quisiera sumarme a la tradición de la palabra

como si mi palabra fuera la palabra hecha verbo y fuera dueña

de mi cabellera y la manejara a mi antojo

en una manada de hojas verdes

en mis negras hebras

no estoy obligada a escuchar palabras

de un pequeño dios que me ahoga con ingredientes sempiternos

ahora suelto una cascada invertebrada relumbra de luciérnagas intermitentes engarzando el torrente de puntas de colores para colgarla en un espino 


performance de mi huerto...

http://www.letras.mysite.com/cb210607.htm


JEANNETTE NÚÑEZ CATALÁN



PREPOEMA
Por un camino disperso mis pies buscan la tierra,
contención; el otro.
Camino… a veces vuelo y en mi vuelo me veo en el colibrí;
solo cuando estoy frente a la nube,
puedo saber cuánto de nube tengo…
y así la amo, la acaricio. No soy inmune.
Mis pies me llevan por diversos caminos y en otros creo que no me he movido. Quietud.
Contemplo la piedra y cuanto de ella soy.
Me sumerjo en las aguas, cuánta agua conllevo yo; mis ojos se pierden en una hoguera que encontré, cuanto de fuego tengo; viento,
 oxigeno que la aviva, oxigeno que viaja por mis venas.
Mis ojos como cientos de ventanas al otro… sol, luna, árbol, pájaro, voz.
Mis manos son manos cuando las acaricias tú, mi boca es beso cuando la besas tú.
Soy cometa el viento me lleva, sino… puedo ser piedra.
Un ruiseñor siempre me espera en la ventana; hoy me sigue por el jardín.
He aquí que dejo mi voz, que se entre mezcle con las de ustedes; se sienta un
gran eco, una canción infinita, que no se pierda jamás.
Ustedes y yo, yo y ustedes; el árbol, el bosque, la hoja, la semilla, la tierra.

LA ISLA
Abrí la ventana que da al vasto mar;
hay misterios y misterios…
Contemplo la mansedumbre del agua
diviso algo que parece una pequeña isla.
Me acerco segura que pisare tierra.
Miro, es mi corazón el que flota.


TRIZADURA
Tengo un insecto, en un rincón.
Está, solo está.
Por la ventana se ve gritar el mar
a veces se vuelve loco.
Sin querer encontré la llave de tu voz.
Fuiste pasajero en el escenario de mis sueños.
Hay un tigre sentado en medio del jardín,
esta seguro que no le temo
es más, espera mis caricias.
¿Hoy es sábado… creo que sí, o no? No importa.
Te pregunto y tus no respuestas caen al pozo.
Un muerto flota en el río.
El sol acaricia mis huesos
los gorriones se adelantan a mi paso
mariposas nuevas brincan colores,
aceleradas queda poco tiempo.
Algo se trizo.
Repetiste tantas veces la palabra ADIÓS
que ya no existo.
Hay un insecto por ahí solo.
Mi ventana se traga el cielo.


LLOVIZNA
Hay palabras que quedan clavadas en la cruz.
Llueve. Llueven mis rostros,
me golpean la tierra los traga, los pierdo
afloran los árboles, me encuentro.
Espero por el riel se asome tu canto de pájaros dormidos.
He contado las piedras del camino
el camino me va desnudando.
Asisto a mi propia muerte
sin flores, sin vestido
en este campo del silencio.
Llueven mis rostros
me golpean,
la tierra los traga.



TODAS
Hoy me visto de luna
todas mis mujeres vienen a mi encuentro.
Hoy la garza dice:
las palabras sabias a la orilla del estuario.
Cuantas invasiones abordadas,
desalojo la palabra caudal.
En un ojo de mar se suman las lunas.
Esta noche es larga
todas mis caras se reúnen.
Los roles adquiridos
Los roles sentenciados
Mis infinitos acuden a la cita
Vi múltiples caminos…
Construí un sendero solitario.


SIN VENTANAS
Entre en un barco sin fijarme que no tenía ventanas
navegamos a ciegas.
No podías dejar las viejas escuelas
y yo que me hacía y rehacía constantemente
era pájaro a veces viento.
El barco navega y el mar se achica, se agranda
yo busco la primavera sin miedos, busco
 te refugias en viejas películas contadas… no sales
todo se hizo mar que el barco traga.


ANARQUÍA
Silencio la luna está pariendo un sol
Entraste por el más diminuto de los laberintos.
No me di cuenta, tu disfraz de elefante me engatuso,
y creí, escoger.
Hay palabras que tienes rayos y fuegos y quienes
caen en ellas no adivinan que todo es ilusión.
Quienes las lanzan desconocen que todo es de
acuerdo a como se siente.
Saco un sol de mi bolsillo y lo acuno en mi pecho.
Estoy sola
Azar
Aventura
Decisión
Misterio
Sola
Mis manos tienen fuego, calman los caballos libres.
Mi luna es anarquista y el sol lo sabe
“Ábrete Sésamo”


Reseña.
Escribo poesía, novelas, cuentos. Mi voz es un canto que se pierde entre otras voces. Te leo, me lees.
He sido seleccionada para la Antología Poética ‘’Buena Letra’’ de escritores contemporáneos, versión ítalo-española. Editada por Commiso Editore, Roma.
Se publico mi primer poemario: ‘’Sueño luego soy’’ versión ítalo-española por el editor Commiso Editore, Roma.
Jeannette Núñez Catalán

lunes, 23 de abril de 2018

INGRID ODGERS






Tú sabes Sophie

Me quedo pensando en ese horror
Los animales son más humanos
Que el propio humano
Alguien debe haberlo dicho ya
Sí, lo dijo Víctor Hugo:
“…Ahora es necesario civilizar al hombre en su relación con la naturaleza y los animales”.
No puedo decir animal al homicida
Ciertamente sería una ofensa
Menos podría decir Bestia
La bestia  nos humaniza
El animal desencadena el amor
Hace brotar azahares en lo íntimo
-La ternura –

No hay palabra para definir a quien mata
En este caso (y muchos otros), el dolor es océano
Y la impotencia cenit

Tanta
Solo un bárbaro hechicero
Mata a Sophie
Porque solo un demonio
Puede matar
Meterse en las neuronas y criar la ceguera
Eliminar la compasión
Saquear el cuerpo frágil
Quebrarlo Destrozar  Desgarrar

Me quedo pensando en ESE horror
No existe una palabra
Que defina Que concrete y No escasee
Este hecho donde la miseria
(que hiede y tortura)
Impacta provoca
El rechazo El pavor



Cruce de piernas

“No razonaré, ni compararé; mi tarea es crear”. William Blake


¿Cuáles son los pasos para la libertad?
El sistema y la esclavización se llevan
todo el canto todo el loor

(Confieso estos ojos no son de este cuerpo)

Ante el burdel llamado astucia
La reverencia
Que simplemente vale champiñón
Y allí están…por allá también…y me circundan
Aprietan y ahogan

Mientras todos cruzan las piernas
Se soplan las uñas Miran la hora o
Toman café en el L’angolo
Un cortado en el Haití – Chela en algún bar

Caricaturas de salón contoneándose
ante el primer
Segundo y tercer bribón
-ya tú lo sabes-
Nunca tan pajarón-ona
(De bellacos está plagado Chile)

Cruce de piernas
Gente normal/  anestesia / sopor
Ríos / anestesia / vertientes / sopor
Y el ciclo se repite
-Aunque sea mi mayor pesadumbre-
Circula por calles  prados y hasta en el orfeón
Los pasos de la libertad se ocultan

Búscale un hueco a la soledad
Cruza las piernas Y estíralas
Haz dormir el cerebro –enciende la TV-
No te agite la vida ni el próximo
Sopla tus uñas  toma café o chela
Déjate llevar por el horario
Extravía la libertad
(No la encontrarás en la rutina ni canon social)

Enterrado/as  en
el mismo diario
el mismo celular o
el whatsaap

Dime dónde –parásito- dónde
Dónde vives la palabra libertad.
Quita esta aflicción
¡Quítala!


El hambre

Tengo un hambre terrible
Un hambre
Que no cesa
Día y noche se dibuja en las paredes
Día y noche en fuego y estiércol
-quema y ahoga-
De este ahogo muero
De este fuego huyo
El polvo de mi boca
Contiene el grito
Una noche de frío
Una larga noche
- no hay negrura mayor que volver a la infancia-
Porque la noche
Porque el tiempo
Porque la tarde
-Los años, los días-
Sauce y naranjos que lloran
Muertos que viven y rondan
-Alucinaciones-
Inocencia prohibida
Inocencia desgajada
Y el terror al recuerdo.
Prometo
Juro y re-juro
Que no volveré
A esa tarde brutal
-    mis canas no perdonan -
No, no más
Tengo un hambre terrible

El hambre de olvidar.




Nabila

El hacha fue el aviso
Eran rojos los ojos
Ojos dormidos piernas desnudas
-      Entumecidos peldaños -
¡¡Ay mundo, altivez y macho!!
Este dolor que navega por las silentes paredes
Este dolor que ahoga y triza la garganta
Y era temblor la noche
Cuando la puerta fue el mensaje
-      Y se quedó quebrada como tus sueños  -
En soledad de madera
Junto al pasamanos desvestido  -
Y fue hiel el llanto
Y el humor lobo y fue entonces la piedra
Toda la tormenta
Riada – Marea alta – Ocaso
Barca desolada
El hacha fue mensaje
Y entonces
¿Quién habla en el poema? Y
¿De qué?
Te diré exhausta, casi ahogada por la cuerda larga
El macho toro y la mujer zozobra
Carencia latente que destila la risa
Si beber fuera el olvido
Si la puerta si el hacha si la lujuria y los senos
Si el pecho desnudo y el jolgorio
Cuando la puerta fue el  rajado recado
-      Y el oído se hizo sordo –
Hoja, ojo y contrafilo todos inútiles
Ante el atisbo del apego

Iba la muerte cantando
Hacha hacha hacha
Ella
Que negra ronda y ronda exclamó ¡Piedra!!

Corazón de melón

¿Dónde estabas corazón de melón?
Papi querido papi apetitoso papi semi- proveedor
Reyezuelo  surtidor    de sed -
¿Dónde?
Cuando rasguñaba libros y
acumulaba papeles en el tacho y el escritorio
-          esa pobre atmósfera vacía -
¿Dónde estabas?
Cuando a mi cansado corazón
 lo hidrataban sedado en urgencia
-Tranquila, estarás bien, decían-
¿Dónde? –  en la masturbación solitaria -
Cuando el melón se partió y chorreó podredumbre por mi entrepierna y falda.
Corazón, corazón de meloncito calameño
¡Ay! cómo me conquistaste ¿Dónde estabas?
 Cuando lánguida y sombría caminé las calles un verano ardiente muy ardiente – Recuerdo mi zapatos con tacones en la mano-
con el anhelo loco de desafiar ese taxi bus y
meterme de una buena vez en la boca del lobo
 -siempre pensé que aquella oscuridad primera sería mejor que tu meloncito dominante-.

Olvidar el presente olvidar martillaba la Diagonal
Pero el melón tenía mis manos y mi cabeza encadenada a su pulpa. Encadenada.
Nunca supe dónde estabas pero cuando me fui desmembrada, rota
 -proverbialmente desgajada-
A través de las lágrimas, pude ver el sol.
Pude verlo.



©Ingrid Odgers Toloza


sábado, 21 de abril de 2018

ALEJANDRA ZIEBRECHT







            





El Sueño


REG. Propiedad Intelectual: 181.489, junio, 2009.
I.S.B.N: 978-956-265-198-1  
                                             



 A mis hijos, Pablo, Valentina Soledad y Mauricio


                      




Gemía la noche, llena del rumor de los sueños                                                                                              
                                                                                                                     
Víctor Hugo




Tanto en lo bello como en lo horrendo, el sueño crea mucho más allá de su experiencias, mucho más allá de la armazón de éstas; nos da a la vez el cielo, el infierno y la tierra.
                                                                                                                            
Jean Paul




           
Me consagré, con todas las fuerzas de mi voluntad, a la tarea de ir más allá en el misterio cuyos velos había empezado a descorrer. El sueño se burlaba a veces de mis esfuerzos y no traía consigo sino figuras gesticulantes y fugitivas.
                                                                                                           Nerval






Uno.




La Tarde era perfecta como en las películas con efectos especiales porque uno llega a pensar que no puede existir una cosa así. Perfecta porque nada cae de golpe, nada estalla a destiempo, nada ocurre para que todo sea. Era así la tarde antes de tu muerte. Afuera había un sol maravilloso que no podías ver y por eso quise contártelo todo, para que me escuchases mientras dormitabas con los ojos entornados entre el sueño profundo y el sueño de la agonía y yo te decía, a propósito de ti y de mí, que en la película de Tom Cruise, el samurai le confidenció que buscaba una flor perfecta y luego, antes de morir, se dio cuenta que todas lo eran, es decir, hay cosas que sólo pueden revelársenos en el The End. Te aseguré en nuestra tarde que el sol, el gato sobre el tejado vecino, cómo te lo explico: hay un orden de maravilla que nosotras completamos porque debía estar tu rostro a medio morir usurpado casi del cuarto tan pobre, dicho sea de paso, porque la pobreza también es perfecta en su desmembramiento de cosas desordenadas, en su transparencia tenebrosa. Y las ropas colgadas en el patio daban una luz multicolor al estrellarse con el vidrio de la ventana, y yo, tendida a tus pies, atravesada en la cama, te contaba de los helechos del muro de las monjas que algún día llegarían hasta Dios y le envolverían con su túnica verde, y todas le veríamos materializado en el patio, junto al gato que duerme sin hacer caso del vuelo de gaviotas que chillan, como si reclamaran para sí, con su desventurado vuelo, esta ciudad tan vieja que se nos viene encima derramando casas irregulares y niños tristes como de papel al viento. Había un marco cercando el camino hacia la casa, un límite de luz, de cielo limpio, de perros ahogados por el sol, y el hombre del quiosco, que luego habría de matar a su amante, nos observaba sin vernos porque él también ya estaba muerto y no lo sabía y quizá por eso te miraba, o era el camino hacia ti el que perseguía con una complicidad que entonces no entendí, pero admiraba su figura de hombre medio hembra. Tu cabello, cómo me gustó su ondulación en tu frente, tenía algo surrealista como la mano que coge el violín en el cuadro de Dalí. Se te asomaba una hebra delgada, desteñida, casi cenicienta, mostrando que bajo el castaño gastado por las jeringas y el dolor había un nido blanco que se exhibía en toda su desvergüenza y, ahora que lo pienso, no debió incomodarte tampoco porque nunca te importó mucho este mundo ni el otro, pero yo insistía como para dejarte de este lado madre, para pedirte perdón por el poema que escribí acribillada por el dolor de no tenerte nunca como esta tarde para mí sola en la desolación del mundo, de tu mundo que no entendí. Tomo tu mano semejante a la mía en la semejanza del goce, el aturdimiento, los adioses. Aprieto tu mano para que no te vayas sola, para que sepas que me voy ahogando con la tarde, apagando en la perfección del inequívoco final, como en la película, abrazándote caída sobre mí, ausente ya de mí como el sol que se va deslizando sobre el mar allá afuera. 





Aún cuando todo
y eso
saliera de allí
parido en su humedad 
Aún si
alumbrase lo oscuro que pende
de los labios
atacando al miedo
Todo
y eso
no fuese sino un cascabel tirado
sonando
su mansedumbre
de juguete ciego
La calle desolada
las cosas indefinibles
se abrieran
Aún cuando todo
fuera un árbol
cortado por el filo
Eso
mil veces eso
pulularía por mi costado
cicatriz
grillete
pertenencia
invalidándonos
Porque no es su nombre
sino todos los nombres
(Su jauría interminable)
Aún cuando
encendiera las respuestas
no acuñaría su juego
no revelaría el motivo
de este desgano
Sobre toda la existencia
hay una interrogante
un signo
una risa leve 
como si eso
nos mandase el cuervo
de sí mismo
En el sueño
eso es la vinculación
los mínimos destellos
el vuelco
un pensamiento
la pesadilla
abiertos los ojos
pero cegados
hundidos
temblando
Afuera es la vigilia
donde ocultamos
eso







Asuntos Pendientes

Qué duda cabe
después de la despedida
que ha durado siglos
consagrados a la extensión
de los cuerpos
Qué pesadilla o bestial aprendizaje
o morbo
ha sido este
convite a lo imposible
a lo gastado
de ti
y de mí
a los remiendos
Ni yo
ahora
sé por qué escribo
cuando debiera
estar sobre la cama
soñando con la muerte
esperándola
o pensando en la puta de Talcahuano
que se quemó a lo bonzo
por culpa del olvido
Como dijo la Palmenia Pizarro
por culpa del mal amor
por culpa del licor barato de la tía Yola
Qué duda cabe
Bartleby tenía razón
sólo queda tenderse sobre un césped de manicomio
con los ojos abiertos
para que nadie dude que estamos vivos
pero muertos
Que preferiríamos no hacerlo
pero igual se nos vienen las ganas de amar
de escribir sobre los muros
de una ciudad indiferente
Igual el otoño
se llevó desnuda a  la puta de Colón
su cuerpo del delito
mulata
como la Amalia Rodríguez
igual de triste
pero más pobre
infinitamente más sola
menos diva



Qué duda cabe
si los suicidas son inmortales Maupassant
no le entran balas
ni cuchillos
sólo se mueren de palabras idas
de silencio
de habitaciones encerradas
de soledad
nos incendiamos de soledad
somos brazas a medio fundir
huesos carbonizados
que dicen adiós
porque hay una hermandad de las cenizas
donde nos encontraremos
Por eso esta tarde
de bruces sobre mí
me habla de todas
Marguerite
Virginia
pero sobre todas
sobre cada una de ellas
y de mí
que me lo sufro todo escuchando a la Palmenia
pienso en la putita de Talcahuano
que rompió la noche con su grito de madera quemada
de cuerpo obrero
proletario
de fado triste
de saudade
de radio a pilas
de inmigrante
de poetisa sin libro
sin beca literaria
sin subsidio rural ni del otro
sin hoyo donde enterrarla
(qué paradójico)
Sólo el destino de las animitas es para ella
Animita de las putas de la calle Colón
flores de papel
mil grullas
y el cielo se les abre
¡Ay! no sé por qué escribo
de los adioses Vilariño
a ti te regalaron unas noches en exclusiva
es todo cuanto pudo Onetti
es todo cuanto pueden darnos
no te creas la muerte
después todo se desgaja
y por eso se escribe
sobre asuntos pendientes
como la cuenta de la luz
la sobrevivencia toda
entre los versos que no nos alimentan
las páginas sociales
y el colon irritable
en los bordes de la desesperación
pensando en la tarde que nos encontrará a tientas
buscando algo
que no se ha perdido
porque nunca estuvo
En la ausencia
como las cartas muertas de Bartlebly

Qué duda cabe





Dos.




No es sólo la mujer caída sobre el volante Es su cuerpo recostado sobre la mañana rasgándola como un cuchillo en un otoño repentino Su brazo arqueado sostiene la cabeza y ambos son contenidos por el volante del automóvil quieto La curvatura de su espalda deja a la vista sobre el suéter gris el contorno de la espalda cortada a la mitad por pequeños montículos de vértebras métricamente descendientes La cabellera  enmarañada le cubre el rostro en un ángulo que se pierde Y las piernas levemente separadas con desgano reposan sobre el piso Una voz le habla por un altoparlante ¡Acelere! –dice– Atrás una fila de gente toca la bocina pero ella sólo escucha voces de otros lugares Ella siente una marea que la ha arrojado a una playa desconocida que no quiere indagar Afuera de ella hay una calle con niñas del colegio de monjas  Afuera alguien vende manzanas confitadas y algunas mujeres de luto caminan al hospital Unos hombres se acercan al auto La voz del policía continúa diciendo que se desplace del camino que se mueva rápido Eso es afuera de la mujer que está dentro del auto o al borde del arrecife En el fondo de ella hay un tiempo de reversa con pedazos de imágenes recortadas por infinitas puntillosas imágenes disueltas en un oscuro pozo donde ella mira la caída interminable hacia un final curvo que la contiene toda y la vacía Afuera una mujer describe a la mujer que mira el fondo de ese estrecho fragmento de agua  La mujer ve desde su segundo piso el cuerpo abatido de flor marchita o de tallo cortado y su cabeza desligada de la mañana como un rastro de noche olvidado de los ciclos Ella ve la fila de autos atascados oye los gritos que la insultan los autos detenidos en medio de toda la calle y la anterior en una hilera indeterminada y delirante La mujer piensa que esa otra se parece a ella que siempre se ha quedado en el lado inoportuno de la existencia Ella piensa que la mujer recibió una noticia de muerte pero que no debe morirse sino que permanecer sin permanecer y quedarse sin quedarse seguir pero detenida y no escuchar las voces de afuera ni las de adentro sino un gran silencio colmado de aleteos que ensordecen y por eso ni el altoparlante ni las bocinas le incumben La mujer tiene la mirada en algo que se va o que se ha ido hace mucho y recién lo entiende como un disparo a quemarropa pero en cámara lenta y no siente aún el dolor y cae sobre el volante que apenas la sostiene muerta de asco por la sangre que no reconoce como suya La mujer piensa que la mujer debe tener cuarenta años por la forma del cuerpo algo descolgado de sí mismo acercándose a una muerte que termine de desgajarlo Lo piensa también por las cicatrices en las pupilas de lágrimas congeladas por un invierno lento La mujer piensa que la mujer que la observa tiene espinas de tunas en los dedos como si cosechara la superficie de las cosas Ella piensa que la del segundo piso quisiera dejarse caer sobre la mañana todas las mañanas cortarlas como una tela sobre la que descansan unas pinturas viejas de enamorados piensa que no ha dormido por una herida que la desangra y desconoce porque no ha visto aún la sangre porque tiene los ojos en ella y no se ve de espaldas desde la calle y no puede observar la estocada a traición en medio de su espalda saliéndole por el pecho goteando La mujer cree que se ha detenido junto al árbol de la vereda para ser raíz y desaparecer Primero la cabellera después el ángulo invisible que sólo es de su pertenencia luego el cuerpo tragado por un barro arcilloso en medio de la calle hasta horadar el tiempo de segundos imperfectos e innecesarios Ella piensa que la mujer desea volar desde un piso inmensamente más alto para emprender un viaje sin retorno con la herida rojiza como jirón al viento Piensa que observa todo lo que le ha sido arrebatado que todos acá abajo llevamos un pedazo de ella que es necesario desarraigar el árbol que contiene todos los tiempos para que vuelva a reconstruirse Ella piensa que la mujer del segundo piso no es de este mundo ni de los otros y que lo sabe y por eso mira con familiar fatalidad el transitar de los ignorantes La mujer piensa que la mujer no se moverá a menos que le traigan un río enorme donde verter el charco que le atrapa los ojos que ni la voz los gritos ni los silencios serán suficientes para que nos regale su cuerpo apretado a la mitad por el volante o por la vida Piensa que deberá escribir sobre ella que le gustaría que el vidrio estuviera más limpio para llenar un fragmento del cuadro que hace parecer al cuerpo algo difuso como si la envolvieran hongos verdosos Luego piensa que nunca podrá saber lo suficiente para retratarla con palabras que su pensamiento será otro ángulo que ocultará otro ángulo que hará desaparecer el ángulo total que es la mujer sobre el volante que sólo puede escribir con trazos de obeliscos derrumbados que cortan la mañana como estatuas náufragas sobre el agua pantanosa de los sueños La mujer sabe que ella quiere someterla para siempre a una hoja de cuaderno resquebrajado con tintes de vino y de aguacero. Siente la tensión del lápiz detrás de la oreja de la que mira sabe que así se levanta para escribir unos sueños inexplicables de perros arrancándole la mejilla y que no puede porque siempre tiene miedo de escribir la realidad y prefiere la mentirosa calma de las tazas de agua caliente que traga para calentar el hielo que la paraliza Ella ve los hombres acercarse al auto abrir la puerta descorrer el cuerpo como una goma de juguete viejo Ella ve que el auto se desliza hacia la vereda bajo el árbol  Puede ver el ángulo perdido reflejarse en el vidrio de la puerta del auto que se refleja en los vidrios de la puerta del colegio que ella ve reflejados desde los vidrios del segundo piso con un pedazo de polvo pegado o de gusanos muertos La mujer sabe que la mujer recorre la ventana porque ve los tintes rojizos de la herida a quemarropa ve la marca que traza la sangre perfectamente rectilínea sobre el cristal con pedazos de puchos apagados o ríos de recuerdos insuficientes Ella ve el ávido deslizar de automóviles encrespados por un sol furioso ve las apatía de las niñas comprando manzanas confitadas para prolongar una infancia insensata Siente un ruido de charco o de ollas hirviendo Ve el líquido deslizarse por el vidrio donde aparece una herida de mujer trazada con precisión de carnicero o de aprendiz de lobo en luna llena Ella ve que se retuerce levemente hacia la izquierda de la ventana y cae pálida con la delicia del aturdimiento Ninguna entendió que había una sombra sobre los cuerpos más inmensa que ellos reflejada en los vidrios que sólo Ella podía ver





Era otoño o quise que fuera otoño
que todo se desprendiera de su centro
que las calles –tú sabes – se vieran como en la película
con una transparencia de ala en vuelo
Era tarde y había ebrios
y teníamos miedo de la calle y sus peces
y del ruido del mar al lado nuestro
como en la película  –quise pensarlo –
Empezaba una llovizna que nos blanqueaba el pelo
como si hubiéramos estado años
parados donde mismo
como un efecto especial de la película
Y había un gato negro que llamábamos presagio
y había un gran silencio cortando la noche
llevabas el abrigo que usaste en la primera cita
como en la película
fumábamos con avidez los últimos cigarros
yo venía de un viaje corto
que lo cambiaría todo
un indicio apenas de lo que vendría más tarde
yo no pienso que el amor
o la muerte duren para siempre –susurré –
antes de entrar al hotel que era lo único
que incendiaba la noche
tu me besaste –como en la película –
me dijiste no te mientas a ti misma
entonces comencé a entregarme
pensando en un marinero –como en la película –
tú afirmabas que esa noche sería irrepetible
afuera los peces se revolvían con el mar
Era la madrugada como un telón rojizo
y estábamos cansados y teníamos miedo
sobre nuestro rostro habían otros rostros
como en la película
un alud de recuerdos nos tiraba a la calle
afuera yo no era yo y tú no eras tú
así que nos saludamos cortésmente
como en la película
En esa hora precisa de la tarde
guardaban la noche en un rincón de utilería
yo te hice una seña de adiós con la mano
y me quedé observando la lluvia
los peces de papel maché
el gato de mentira
el espacio solo
olvidándote
como en la película





Tres.





Nadie podría creer que se fuera esgrimiendo unas razones insensatas. Que nos miró un rato largo mientras nos ahogábamos en el vaso de alcohol, que aquella noche tomé sin miramiento de los puros nervios porque se iba iracundo por entre los jarritos con plantas del rincón de la pieza, como si nunca hubiera atados nuestros cuerpos con su enredadera fogosa que nos obligaba a bebernos de pura necesidad en el desierto del cuarto donde nos prometimos tanto para cumplir tan poco. “Lo que no hiciste por miedo puedes no hacerlo por amor”, me encontré pensando en la tercera o cuarta copa, cuando importaba de un modo raro que se fuera, como si ya empezara a doler con el dolor acuoso que ahoga a los ebrios. Tenía en la memoria la cara de Benjamín Vicuña que hizo de Manuel Rodríguez en la película. Lo habíamos visto morir de un balazo en el cuello, habíamos llorado por ese hombre, por su rebeldía, por la necesidad de atrevernos a decir que había un motivo en la noche, lejano a nosotros, que nos hacía llorar, pero lo que en realidad no queríamos era voltearnos y observar como se iba mientras lo mirábamos con ojos necios, desatados en el lenguaje que no explica nada, porque lo que en realidad importa no puede ser dilucidado en la oscuridad de una noche y por eso se bebe, porque no rescataremos ni una palabra que nos sirva de algo en la soledad que llegará más tarde. Tú decías que era una forma de mirar el mundo, un mundo que no era mío, porque el alcohol nos enseñó a advertir dos, o uno que se había dividido para siempre justo cuando llenábamos los vasos estrujando la botella para brindar por esa fragmentación definitiva. Luego hablaste de los pueblos solos, de las mujeres viejas y tullidas en los pueblos solos, hablabas del desamparo y yo simulaba escucharte atenta porque no quería que voltearas la cabeza para ver como se iba. Me acordaba del libro de García Márquez, del hombre que esperó al amor de su vida sólo para morir con ella en los pantanos desolados, me acordaba que no te gustaría la idea de morir así, porque la vida es ahora repites siempre y cada vez que lo dices ha transcurrido un siglo lleno de segundos que nos asoman al infortunio de horas en retirada y por venir. Yo creía que si la puerta se cerrara con un golpe seco, sabríamos que era el momento de no defendernos más, de beber en silencio de una buena vez, porque ya nos habría abandonado para siempre y no tendríamos que preocuparnos de buscarle por la casa, de madrugada e insomnes, desesperados de nosotros mismos que ya no éramos uno, porque esa posibilidad se habría ido y tendríamos que intentar dormir, intentar no abandonarnos al miedo irrefrenable, a su indefensión Y no era ella la culpable, como dice la canción mexicana que nos causaba risa. No era ella sino el impulso que te dio la película “Lolita”, el arrebato de tomar y enloquecer en el juego. Le sentí dar vueltas,  chocar con las reproducciones de Modigliani, con la desnudez de esa línea inconclusa alrededor de los cuerpos. Vi que se ondulaba en mis piernas con un fuego helado que llamaba a las lágrimas. Yo te lo decía con la mirada en la noche de los cantos ebrios, mientras él revoloteaba como una mariposa nocturna sobre nosotros y era seguro que si abría la ventana se iría y nunca más sabríamos su itinerario de estaciones, ni contemplaríamos su semblante mustio de confesiones tercas. Los vasos en la noche se estrellaban contra la verdad que imponía la imposibilidad de un destino que nos recoja, nos libere y nos ate. Precisamente por eso no devolvimos su adiós. Rebanados por las palabras, escuchamos el ruido de una puerta cerrándose, expulsando algo que ya no estaba.        




Las cosas

Todas las cosas se fragmentan con la tarde
Se trizan
Se convierten en un génesis de sí mismas
(otro borde del abismo)

Todas las cosas obedecen sus propios calendarios

Yo escribo un cerco primaveral
luminoso
esbelto en la caricia
pero el fango de
su tiempo
instala un brío demencial
Las cosas son arrastradas
por la tarde
Se hunden en el gris amarillento de lo oscuro
en la corteza del recuerdo
que navega
Yo siento que las cosas reverencian la tarde
con atisbos de lo que fueron antes de caer
y estrellarse
hasta adquirir los fragmentos que las guardan
Alguna vez
sólo una digo
vi el momento justo del aturdimiento
el juego de cristales
donde se reflejan
Los cristales vienen en el fondo de las cosas
su fragilidad
su crisálida
y allí vuelven
entran por los resquicios
donde elaboran sus simetrías
y se escabullen con la tarde
Dejan en su fuga
el acceso clausurado
para la interrogante
Mi habitación se despuebla
y esta ausencia contiene
el silencio y la soledad
única puerta
para atraer todas las cosas
que se trizaron con la tarde





Cuatro.





Como si no pasara nada. Como eso. Abrir un calendario a la mitad y cortar los números que tarjamos con la certeza que en ese día ocurriría algo importante. Y luego tirarlo a la basura, no recordar las fechas, ni los rostros que estaban detrás de esas fechas, ni la consagración del olvido que implica el acto de echarlo todo a un basurero viejo y volver sobre el café humeante y sentir lo mismo que cuando estábamos esperando un tiempo por venir que no significaría nada. Porque afuera sigue el otoño su camino de viento solitario y la noche cae de repente sobre la pupila y es hora de soñar con la playa blanquecina, lograr alcanzarla en el sueño luego de mucho dar vueltas en la cama, desesperada, apuntando equívocos que pudieron verse bien a la luz del entendimiento, pero en la oscuridad todo cuelga del techo y cae a intervalos que no importan. Así llegamos a la playa y encontramos al hombre muerto con el fusil a su lado, tomamos el fusil y disparamos. Allí no hay calendarios torpes que asienten la certeza. Allí las brujas se sonríen con rostros casi humanos, medio de calavera infecta y princesa rescatada. A veces, dormida, pienso que estoy en el minuto exacto para emprender el vuelo. Entonces enarbolo un vestido rojizo y me elevo sobre casas ínfimas en noches pequeñas e indiferentes. Como si no pasara nada, doy un vuelco y caigo sobre una cama donde un hombre se masturba. La llama de una vela se agiganta cuando salta su semen sobre el piso de tablones gastados. Y luego todo se descascara: la cama, el hombre, la vela, sólo queda la sensación de que matamos a alguien en una playa sola. Y que vendrán por ti. Siento la aguja de los minutos en el latir apresurado de mi corazón, en la herida que aún no me prodigan pero que ya duele, como si desprendiera mi costado y me impidiese avanzar el tramo justo, entre hombres que me miran con paciencia de soldados muertos. Sé que estoy escondiéndome de lo inevitable, pero aún así el cuerpo todo se atribuye por sí mismo la grandeza que decae más al fondo de mí, como si fuera distinta desde afuera hacia adentro y viceversa. He matado a un hombre en el aturdimiento de un juego adolescente y he perdido para siempre la playa. Ahora camino, medio en mí, por entre árboles desgastados y pienso en los calendarios que tiré al fondo de un pozo donde los días se destiñen. Porque no existe incertidumbre en los sueños sino certezas varias a las que nos acostumbramos como a un desorden invernal de hojas al viento. Avanzo limitando el desgano con una congoja leve que no perturba el paso ni agranda la herida. Busco amor en los mercados y ese tiempo marca también el miedo a ser encontrada. Llamo al hombre y no escucha mi grito entre todos los gritos de animales rebanados en el matadero y plumas al viento de gallinas descuartizadas. Veo su espalda y presiento el rostro evasivo, en ese año de calendario impredecible. Hay una batalla y temo descargar el fusil y matar de nuevo, pero ante la duda el coraje superpone un rasgo inequívoco de  sobrevivencia absurda. Y son los árboles y su canto fatigado de inviernos solos, los que me alientan con un vaivén parsimonioso de viejo sabio. Y vuelvo a mí, me reencuentro con el valor necesario para advertir la herida y cobrarle a la existencia las hojas desmanteladas. Porque los calendarios zozobraron hace rato en el fondo de una marea sin tiempo y no sé decir mi nombre extraviado en la impertinencia de un segundo que no reconozco, pero que me lleva para siempre. Como dar vuelta una página, abrir los ojos al temor de no pertenecer. Y con los ojos abiertos seguir en el bosque, sola, amenazada por el miedo absurdo a desmoronarse, mientras el tiempo se agita a golpe de minutero en el disturbio de una tristeza que languidece al soplo del viento sobre calendarios que no importan a nadie, como las hojas de un invierno furioso. Pero yo sé que los sueños avecinan un temporal. Yo sé que dentro de los sueños se abre otro tiempo desordenado que contiene todos los tiempos desgajados en la vigilia, mendigos en la vigilia. Por eso me muero de una herida antigua que ya no duele tanto, porque me la arrebatan a punto de morirme. Y es el juego de cerrar los ojos sólo un momento, o voltearlos sobre los días de esperanzas idas, lo que vuelve importante el olvido de mí, la anuencia ante lo inevitable. Yo le ofrezco al tiempo un itinerario de estaciones vagas cubiertas por recuerdos fogosos. O le doy la brevedad del gesto, la insensatez de la caricia insinuada, la profunda afección de un poema deshilachado. Y retomo el camino de los rebeldes donde hay añoranzas de cuartos con olor a olvido, a ciénagas donde me aturdo de recuerdos y violines sin cuerdas como zapatos desabrochados. Como eso.         



Y quién es ésta la que escribe

Y quién es ésta la que escribe
desde cuándo recibe la anuencia de la letra
los hombres van con sus carros colmados
ellos fuerzan la historia y su avaricia
y quién la deja ahí
empotrada en su búsqueda maliciosa
y quién le otorga el deseo
y el desenfado de pecar
y quién deja sonreír a la que escribe
por qué en la ausencia se solaza
y por qué va y vuelve del verso al dolor
del dolor al descuido
del descuido a la risa
y por qué se permite el descaro de escupir
y por qué respira
y por qué es
y por qué camina entre nosotros la que escribe
y por qué no cede el paso ni da su asiento
y por qué es ingrata de amores

Dónde se esconde la que escribe
dónde reza (si es que reza)
por qué en el río áureo de los bebedores
no calma la sed de su existencia
y por qué duerme con los ojos abiertos
y por qué grita
y el arrebato de matarse cada día

De dónde sacó los cigarros la que escribe
de dónde las palabras para auto-realizarse
quién le trajo un cargamento de visiones
por qué no se acuesta más temprano
por qué ha parido la que escribe
esos libros anochecidos
por qué es una pulga en la oreja
una mosca en la sopa
una caja de Pandora

por qué tan insaciable la que escribe
por qué tan deslenguada
por qué regresa si la echamos tantas veces
por qué nos mira de reojo
por qué tan altanera
por qué la luna le alumbra más temprano
por qué los gatos
y las premoniciones
y las maldiciones
y su desesperanza
y su esperanza
por qué tan ancestral la que escribe

Y esos versos que le cuelgan de los ojos






Cinco.






A dónde se fue la que escribe los versos turbios. Sólo me percaté que dejó su cuarto a media mañana y que temblaba de frío o de un miedo extraño que le daba a veces cuando creía ver lo que otros no, y se aferraba al día deseando que todo sucediese para que le creyeran y no sentir que se volvía loca de veras. Pero lo cierto es que se deslizó por la cara oculta de la torpeza, se descolgó del mediodía como de un vagón estacionado, y se perdió hablando algo inteligible de cordura falsa. Fue un alivio verla marchar con los brazos decaídos como la mujer que alguna vez vio desde su ventana y que la hizo derramar un llanto melodramático. Su vida fue siempre un paso hacia el absurdo, sobre todo cuando creía ser feliz pero lloraba con una mueca que le distanciaba de la belleza. A ratos pensaba cosas iracundas y se venía cuesta abajo desde la cama al piso y seguía dormida con los ojos abiertos recordando un día de verano de otro tiempo. Alguna vez pensó en establecer un itinerario para bailar una música de ritos inventados para que nadie pudiese seguir la fantasía de sus manos atrapando el aire. Decía que la habían traído en una placenta literaria, que no era sangre sino tinta lo que le escurrió a su madre cuando ella vino de visita a este mundo pequeña y roja. Y decía que los poemas lo encontraban a uno, que era como salir y que un desconocido te hablara con palabras tuyas pero en sentido inverso. A ratos se creía más importante que cualquiera de nosotros y a ratos decía que no, que no era nadie, que estaba de paso como las palabras que luego se olvidan, pero siempre permanecía en los bordes, alertándonos con su presencia, corrompiéndonos con su desgano. Decía que le dolía el mundo personal porque los otros son el infierno –decía–  y las horas se le pasaban tratando de convencernos que la poesía es un hálito que sale de la boca hacia el silencio para que el silencio se sonroje. Tenía unos días verdaderamente tristes, afirmaba que por los sueños, pero eso siempre lo explicaba en los sueños mismos que eran de ella sola, y nosotros acá afuera mirando su cara entelada, con deseos que se marchase de una vez con su cínica inocencia y su deseo de ser amada por sobre todas las cosas como si fuera una cosa importante de amar. Afuera corría un viento que descolgó todos los techos cuando decidió que ya no decidiría nada, que no valía la pena, que le daba un cansancio con sueño pensar, que tampoco terminaría ese discurso de su vida que comenzó a escribir alborotándonos a todos, como si necesitase que le dijeran que podía hacerlo para continuar, creyendo que éramos estúpidos, que lo haría de todos modos, de noche, pensándolo a solas, urdiendo la trama, engañándonos, espiando el mínimo gesto, descubriendo el escondite del veneno que pensábamos darle para no sentirla nunca más cerca, para que supiera que la estábamos echando hace tiempo, mientras escribía lo que todos odiábamos que escribiese. Hasta que decidió irse. Lo dijo con un tono solemne aprendido de otras fugas anteriores. Lo decidió el día que se cayó el campanil de la universidad, en el momento justo del estruendo, para que viésemos la modulación torpe de sus labios, la leve intolerancia del gesto, para que no escuchásemos la palabra, para afirmar que sólo ella podía leer la boca de los muertos. Alguien gritó, lejos, en la calle, era una mezcla de frío con tedio, pero ella dijo que la apuraban las voces del otoño, que debía mirar el árbol de las palabras que se había regalado el verano pasado, que recogería las hojas porque eran sílabas de palabras disléxicas, que la vida es una carpa de circo pobre, lo dijo pálida y vehemente, como si no reconociéramos que esa era una frase antigua, la había escrito en un muro del sueño veintidós del mes tercero, que había pasado semanas reflexiva, torpe y  reiterativa con aquello de la significación que nos hacía sentir culposos y perseguidos. Por eso si me preguntan, si se atreven a mí a preguntarme por la de los versos turbios, les respondo que nos tranquiliza este abandono. Y si agregan que tenía una insignificancia que la hacía parecer tercamente decidida, que verla en la ventana oteando el mundo era animar lo inanimado, que lloraba con la caravana de muertos que venían por el lado este de la calle todas las noches, les reitero que nos alegramos con una risa de veras. Les digo también que arrastraba ganas como de vivir muriéndose y eso nos enfermaba. Que a propósito descargaba unas gárgaras de agua en las tuberías para que el agua nos inundara los pies, sólo para decir que eso lo había presagiado su sueño setenta y siete y que era verdad, que del otro lado de los párpados de la vida aquella, desordenada de imágenes, ella no quería volver. Lo decía para que le rogásemos que se quedara, pero le hacíamos un silencio grande como el muro donde había escrito su frase, la mirábamos sin verla mientras preparaba la casa a nuestro antojo, mientras se daba el gusto de hacernos infelices. La culpa siempre fue de ella, la cargaba como un trofeo personal e intransferible, la tenía como una joroba que a veces le dolía, o decía que le dolía para que la acariciáramos con desgano antes de dormirnos con ingrata felicidad por sentirla cerca. Sólo por eso, por saber que escudriñaba la penumbra con ojos de gata malhumorada complacida en su tarea de vernos consumidos de su presencia. La verdad es que no creímos que se fuera, la verdad es que nunca creímos nada de ella: ni los versos, ni su esmero en escribir lo que al cabo decía que le llegaba solo, como si se lo dictaran, ni su filosofía nauseabunda para definir los contornos de la mirada, ni sus gritos, ni los silencios, ni la forma asquerosa que tenía de pedir atención exclusiva, su pretensión absurda de ser lo único que nos importe. Ahora sabemos que era culpable, y que a lo mejor ella sólo tenía razón en eso. Siempre fue culpable y nos hizo creer, porfiadamente se empeñó hasta hacernos creer que venía de una placenta literaria y que su primer llanto tenía una melodía de patio solo y con lluvia en un otoño miserable.                   






Seis.
Hasta que dijo que no le importaba Hasta que lo fue entonando despacito como si la voz  brotara de una laguna en el centro del estómago y comenzara a hacerse cargo de todo el peso por su cuenta Afuera unos locos tiraban escupitajos de fuego que incendiaba la lluvia que galopaba a trote veloz sobre todas las cosas de la noche Y ya no desobedeció la necesidad de tejer un velo para esconder el otro velo que puede romperse con el ruido torpe de la verdad sobre un paisaje de mentira Lo dijo suave y serena como se habla cuando nos acostumbramos al fracaso que dormita haciéndonos creer que todo se realizará en un ritmo de preludio y no de comparsa pero la verdad es que la belleza busca engañarnos con giros torpes de muchacho ebrio Aquella noche vinieron unos cuervos a otear el borde de sus sueños y las prendas colgadas en el baño goteaban una humedad de sexo consumado Ella se dio treinta y tres vueltas en la cama antes de  soñar que los hombres se zambullían en un mar turbio y que ella vivía donde mismo pero que su casa se desplegaba como una vela de barco viejo que naufragaría en el intento de ser uno de verdad Se adentró en los brazos de su madre que comía unos caracoles en un jardín seco por un sol quemante y ella le dijo que siguiera la ruta del mar para buscar la llave de la lluvia Pero ella pensó que los muertos no entienden cosas de los vivos y prosiguió arrancándose los cabellos para enumerar los sucesos que no deberían importarle A ratos se proponía escribir un libro de infancias arrebatadas por el determinismo que le da a la vida por robarnos todo pero luego le atraía la idea de no escribir para que el estómago se le alumbrase de un rabia contenida que la llenaba de luciérnagas por la noche En su cabeza siempre bailaba un cuadro de Van Gogh  Era una acuarela de árboles en la madrugada Árboles teñidos por el carbón negros y cadavéricos  Las casas tenían un techo como de noche perpetua y las mujeres parían niños que no reconocían entre tanta oscuridad A veces tomaban la sombra del niño y la amamantaban  por eso el pueblo tenía también hombres transparentes como atardecer de invierno Eso Van Gogh lo mostraba una y otra vez hasta que empezó a dudar de sí mismo por aquello de las sombras transparentes que dibujaba Hasta que tampoco le importó el arte infecundo de mostrar una cosa por otra que es en definitiva la historia del arte mismo Tampoco lloró demasiado al darse cuenta que escribía cartas para exponer su verdad pero que siempre terminaba llenando unas páginas de historias raras que apenas la reflejaban Luego pensó que los reflejos tampoco eran necesariamente una falsedad sino una incertidumbre Pero fue cuando lo dijo cuando se atrevió a confesárselo en ese tono alocadamente susurrante con el que enfrentaba a la noche junto a la ventana y vio que de la boca le salía el aliento con un vaho transparente que nubló un largo momento el vidrio Fue allí acodada en el marco de la noche gélida que sintió una liviandad que se parecía al desencanto pero tibia Entones pensó que las cosas importan para que a una se le llene la cabeza de historias bárbaras y que todo era simple como no ser o ser a ratos dejarse llevar por una oscuridad aparentemente indefensa y escribir en su cuaderno ciento treinta y siete veces que no le importaba que ella había encontrado un tono mayor a la tristeza que ocasionan las cosas que importan Porque se dijo pensando en un ataúd de cuero negro con una mujer adentro que divisó en el sueño ochenta y cinco todo no es más que un paso seguido de otro un trayecto hacia la transparencia de los dibujos de Van Gogh y él lo sabía él sí que lo había descubierto en el fondo de una mina con el cuerpo doblado en la oscuridad que debía reencontrar más tarde cuando se apuntase con el revólver luego de pensar que ya no le importaba Con el estruendo se esparcieron sus pinturas Salieron por la ventana y tocaron la de ella que repetía como un rezo hasta ese momento absurdo que no le importaba al ritmo de la mano que lo escribía en desorden afiebrado en una hoja de invierno que había recogido de la calle Vio los bocetos pegados a los vidrios traídos por un viento repentino Observó las sombras transparentes Y abrió la ventana para que entrase todo lo negro y se tendió en el aire como un pájaro     en picada        





  


No soy la misma

No soy la misma
no
la misma nunca
ahora
me fugo
escondida vivo
de lo que es
de la vida
la misma que buscaba
la misma
ahora me encierro
me refugio
y siento que todo pasa
y no me importa
que todo pase
o que nada
soy el topo
Franz
el topo de la Torre de Babel
escribo un diario del fracaso
que luego me olvido de recordar
recibo con atención a los amigos
me saco el sombrero Hölderlin
los saludo a todos
con respeto
con desprecio
porque escribir es padecer
un caso clínico
es toda la ceniza que dejan las cosas quemadas
dice Elliot
y humildemente agregaría  
que es también
las cenizas dispersas en el viento
las mismas
haciéndose nada
porque no ser la misma
significa necesariamente
al parecer
ser otra cosa
No sé cómo explicar que no se es
a secas
que lo que se arrastra por la tarde
es un espacio
de donde uno estuvo
cuando fue
es decir un peso físico
el peso del vacío
vivimos en el vacío
vivo
naufrago
todo el tiempo
me digo
qué haré con todo el tiempo
que dejó de importarme
luego pienso que el tiempo
es otro vacío
imaginario
que si no estoy
los poblados de mi tiempo
se derrumban
se descascaran
desaparecen
no soy la misma
porque he desaparecido
en la locura de escribir
más aún en la locura de vivir
o en escribir desde la locura
Marguerite ya lo dijo
cuando escribo…etc. etc.
Abro y cierro puertas
sin esperar a nadie
el olvido no es largo Neftalí
es más tediosa una memoria perpetua
que circule
sobre las mismas cosas
eso me dice Borges
que siempre fue él mismo
en los espejos
arañándose los ojos
de tedio
ahora escucho campanas innecesarias
para este poema
campanas como timbres
en edificios solos
donde he fumado
pensando en lo que haría
si fuera otra
después todo lo he tirado
pensamientos
deseos
borradores estúpidos
estúpidos lazos
me quedo con los cigarros
humeando
con la marca de mi labio
cuando me levanto
cuando me acuesto
la foto de Virginia a mi diestra
la foto como si fuera tinta
como si me llamase
donde no hay nadie
porque no soy la misma
mis tristes fantasmas
si hasta Bécquer los abandonó
en una biblioteca
y se fue a morir
solo
porque no era el mismo
no era dueño de nada
masticó su pan
tragó su sangre
y se fue sin hacer ruido
persiguiendo el aire que se le iba
Se puede no ser el mismo Rimbaud
se puede ir por el mundo sin pierna
sin poesía
vivir mutilado
mirarse con ojos nuevos
cuando se traspasa la aventura de ser
la complacencia
el estudio
de nuestra geografía
de nuestras vidas pasadas y por venir
no deseando otra cosa
abro y cierro puertas
saludo a todos con desprecio
sobre todo a aquellos que guardan silencio
un minuto
tan sólo uno
ante el absurdo
que nos hace creer
que siempre
siempre
somos los mismos





Los agujeros de la tarde

Los agujeros de la tarde
Medallones circulares
Un ojo
Acaso la yema de un dedo tapará este sol

Una luz al fondo de mí es el único rincón que me aguarda

Abro la caja de la noche
Abro la boca de la noche
Y las estrellas me ahogan
porque no cabe más luz al fondo de mí

Yo tenía un sueño fragmentado     un rompecabezas
en el asilo para locos de remate
Tenía una cartera roja y un bolso negro
y las palabras salían de mi boca como baba oscura
porque sólo lo oscuro enciende el fondo de mí

Vivo en un circo colgada de un trapecio

el trapecio no se mueve sólo el circo
Hago piruetas estrafalarias
Bebo un café que me regaló Hemingway
cuando le conocí en París y él creyó que era una fiesta
pero estábamos solos en los trapecios

A veces los agujeros de la tarde se multiplican
como agua alrededor de las rocas

En sueños me atacan caballos feroces
huidos de alguna parte
En sueños armo el rompecabezas
y luego se resquebraja como un paisaje lluvioso


En las tardes duermo un sueño prestado
(todos somos prestados a este mundo)

Esta cama no es mía como tampoco mi sueño
ni este cuarto donde sueño el sueño prestado
Ni la casa toda es mía
Ni yo soy mía
Ni lo que escribo
Ni eso que me hace escribir
Ni los caballos que desaparecieron

Los agujeros de la tarde son las flechas del tiempo
Perforaciones al fondo de las cosas que no han de ser mías
Yo sólo hago piruetas estrafalarias

En el fondo de mí hay un corredor que lleva a ningún sitio
esa mínima concurrencia a la certeza
ese susurro miserable
en mi circo miserable
esa locura de ver agujeros en la tarde
es mi equipaje

Yo soy la muerte y la vida


Quién crea en mí verá los trapecios colgados del silencio
Verá los otoños cubiertos de flores
Oirá la sinfonía del aire con el aire
Y dormirá con un reptil muerto entre los dientes
  





I

La muerte con su traje de fiesta
Los cuchillos arrastrándose por la carne
La mano comiendo los despojos
El finísimo hilo donde oscila la existencia
El duelo inevitable
La clausura del verano


II

No te vuelvas
la calle es un funeral
y un silencio maldito
se apoderó de todos
los que miran al sur
por donde llevan las flores


III

El silencio
es un duelo colectivo
en el que todos soñamos
ser libres
a pesar de los pies
clavados al madero.



http://alejandraziebrecht.blogspot.cl/2011/07/
https://poetassigloveintiuno.blogspot.cl/2010/07/252-alejandra-ziebrecht.html



Palabras y discursos de ALEJANDRA ZIEBRECHT

Hoy quisiera hablar de las palabras, las mismas que han conformado un órgano inmenso que ha dado curso a la elaboración de la historia compleja y siempre cambiante en la que nos movemos. Alguien determina, como usando el modo imperativo, determina, digo, qué roles han de cumplir las otras palabras, qué órdenes obedecerán, qué palabra se designará para que entendamos que estamos siendo regidos, ajustados, numerados o sometidos a otra palabra que significa sistema, dictadura, capitalismo, neoliberalismo o religión.
Para quienes escribimos, cada palabra tiene un tono, un tañido, un estruendo mínimo o alocado, un temblor que es el mismo de la respiración de quien escribe, y que la palabra reconoce e imita en el texto escrito. Hace años, las palabras podían ser nuestras peores aliadas, podían contribuir a que se nos diera electroshock, porque eran palabras que no correspondían con nuestro rol de mujeres, y la sociedad ha sabido siempre que el mejor modo de aplicar el silencio es la persecución, el enclaustramiento, o la locura. Designar que una mujer está fuera de sí , era fácil, porque ya estaba signado que la literatura está fuera de lo normado, de lo que se tiene como regla; fuera de la palabra imperativa, conveniente y cómoda: es una insurrecta. Y las escritoras insurrectas significaban un peligro enorme, porque la insurrección puede ser capaz de emocionar y transformar el pensamiento, cuestionarlo, y buscar una nueva forma, es decir otra palabra para decir lo que realmente quiere decir la mujer. Pero lo que quiere decir la mujer ya estaba dicho: y cito, “el hombre viste a la mujer y luego se enamora de la vestidura que él le ha otorgado, no de la mujer en sí misma, sino de la construcción que él ha hecho y que ha superpuesto sobre ella”, en palabras del Nobel Octavio Paz, en su libro “El Laberinto de la Soledad”, vale decir, no tenía sentido buscarnos entre las palabras dichas por los hombres, era un trabajo fallido desde su génesis, ya que ellos, los literatos y los críticos podían hablar de nosotras como si fuéramos “lo otro”, eso que podemos poner por delante y darnos al ejercicio de analizar y desentrañar en su totalidad.
La historia está tristemente cargada de insurrectas en el arte, es fácil nombrarlas: Silvia Plath, Alejandra Pizarnik, Sor Juana Inés de la Cruz, Alfonsina Storni, por nombrar algunas de diferentes litorales y épocas. La mayoría de ellas fueron diagnosticadas como bipolares, suicidas en potencia, y lo que es más importante, fueron recluidas de distintas maneras signándoles palabras distintas que pudieran significar lo mismo y atribuyéndoles a su literatura un rótulo que fuera algo así como producción de segunda categoría: “poesía confesional”. Yo no sé si la literatura escrita por hombres es capaz de fundarse en nada, no ser confesional, ser algo así como palabras que no tienen que ver con una historia que les haya conmovido, que no sea parte de su historia personal o colectiva de hombres, que nada tenga que ver con su forma de amar o de construir a la mujer o destruir a la mujer amada, ya que, en cierto momento, la mujer “musa”, también debía cumplir a cabalidad con la palabra que el sistema imponía, por ejemplo, obediencia. Y así nos encontramos con grandes clásicos de la literatura donde por obra y magia de la pura inspiración, la heroína se salió con la suya en varios capítulos, intentó, desesperadamente, revelarse ante su creador, y corrió con todas sus fuerzas a través de casi toda la novela, y le hizo cortar ataduras, romper convencionalismos, atreverse por ella, enamorarse. Pero el costo que hubo de pagar esta insurrecta, fue la furia del creador, quien a duras penas entendió que la única forma de dar una lección de “buenas costumbres”, era matándola, obligarla a tirarse a un tren, beber veneno lentamente, ser aborrecida por todos sus amores, desaparecer en el silencio absoluto. Sí, estoy pensando en Ana Karenina, en el gran Tolstoi. Yo no sé si los hombres pueden liberarse de su infancia y sus determinismos, de los arquetipos que ellos mismos definieron a su antojo, lo que sostengo es que la escritura de mujeres siempre ha sido juzgada desde la mujer que la escribe más que de la obra que ha sido capaz de construir. La historia personal se transforma en el peor antecedente de una obra escrita por mujeres, sabemos de antemano, nos lo han hecho saber los críticos y los estudiosos en cada época, que ella era abusada de pequeña, como el caso de Virginia Woolf, que de ahí su fascinación por tal o cual cosa, importando muy poco agregar que su sensibilidad sobresaliente no fue capaz de soportar una guerra que ya tocaba su ciudad natal y a sus amigos más queridos, algo que perdonaron sin vacilar en todas las obras escritas por hombres, donde sostienen hasta el cansancio, que una obra debe, palabra interesante, “debe ser leída y apreciada sin tomar en cuenta la vida del autor”, que la obra vale por sí misma. Y como la obra vale por sí misma, las mujeres han sido sometidas al tedio que les ha significado ser re-estudiadas, re-descubiertas y analizadas en épocas que han dictado mucho de las que ellas vivieron. Y la mayoría de las veces este ejercicio de rescate ha sido realizado por otras mujeres que venciendo los convencionalismos, se han restado a conformarse con la historia oficial y se han encontrado con algo más que interesante: que a pesar de sus vidas mínimas, de sometimiento, como las Bronté, autoexiliadas, como Emily Dickinson, a pesar de ser abandonada y con hijos y sin dinero, como el caso de la descollante Silvia Plath, a pesar de eso, su literatura viajó mucho más allá de ellas mismas, mucho más allá del sentimiento de no pertenecer, de ser una judía y albergar ese sentimiento de no pertenecer a sito alguno, de pasarse noches puliendo una palabra, porque era tanto el amor por ellas, que su vida no alcanzó para albergar otra cosa en su cabeza que las ganas de dominar su propio lenguaje, de someterlo y ser más ella dentro del mismo, como es el caso de Alejandra Pizarnik.
El camino por la búsqueda de nuestro propio lenguaje ha sido largo y aún no termina de acontecer, todavía buscamos, desde diferentes frentes de conocimientos la entrañable caverna tibia donde las palabras sucedan como algo muy nuestro y no como prendas que se nos conceden y que debemos ajustar a nuestros cuerpos escriturales. Todavía debemos feminizar el contenido del diccionario, no con la trivialidad de decir el cuerpo o la “cuerpa”, como sucede cuando miramos someramente y con ganas beligerante el lenguaje frente a esta hegemonía ejercida por el hombre sobre él. No. Es un ejercicio profundo, porque hay un conocimiento basto de la ciencia, que ha imperado por siglos, que nos ha determinado y nos ha hecho actuar de acuerdo a ese determinismo que se nos ha inculcado desde pequeñas, fracturando las palabras, rompiendo sus órganos de modo tal que no puedan conformarse como un cuerpo poético, literario o político, y toda manifestación estética es un discurso político, tiene que ver o da cuenta de nuestro enfoque, de nuestra subjetividad irrenunciable a la hora de observarnos y observar el mundo al cual pertenecemos, y que es en donde se gesta el discurso artístico, que está irrenunciablemente comprometido con su época porque es hijo de su tiempo, sin excusas.
Hoy en día se le pide a la literatura que sea divertida, que nos saque de las cosas que son verdaderamente importantes: que nos distraiga, pero aun así, se le pide a las mujeres con mayor ahínco que dejen de escribir estupideces, cosas light, como si fueran las mujeres solamente quienes tuvieran que hacerse cargo de esa palabra y la carga de ella: los hombres pueden escribir libros de chistes, que son algo así como un Boom anticipado en las redes sociales, un pre-estreno que pasó con éxito la crítica, pero una mujer es vulgar, pretenciosa, aunque se haya dado el tiempo de investigar el tema que trata, su literatura no alcanza, es solo Best Seller y por lo tanto no tiene valor, porque vende y si vende es hija de fulano que ya escribió eso hace tiempo y ella tuvo el atrevimiento de copiarlo, de abusar de un género que no estaba ahí para ella, como el caso de “ La casa de los espíritus” de Isabel Allende, que tuvo la fortuna de irse de acá a tiempo, y no terminar sus días escribiendo un artículo por mes en una revista de moda. Por otra parte están las editoriales y su comercio, con sus exigencias que, fácilmente pueden ensombrecer el intelecto femenino a cambio de que produzcan trilogías que le permitan sobrevivir sin apremios, sacarlas del miedo a ser desconocidas, cumplir con las demandas del imaginario sexual masculino; cumplir la norma. Los hombres han establecido tendencias dentro de la literatura, han jugado con los modos de decir, los cómo y qué decir, porque es “su lenguaje”, su cuerpo de palabras que ha estado siempre ahí para ellos, como un maniquí que exige el vestuario apropiado para las diferentes estaciones: las mujeres aún estamos en la tarea de juntar los guisantes, de aromatizar las palabras, de unir lo que nos es singularmente apropiado a nuestras sensibilidades y a nuestro modo de pensar. Y todavía tenemos miedo a pisar fuerte, porque no queremos dar prenda, como rezaba ese jueguito que era nuestro cuando pequeñas, no queremos ser gallinitas ciegas metiéndonos en la jaula del depredador, porque todavía nos golpean y nos matan cada día por no usar la palabra apropiada, porque cada día nos hacen responsables de nuestras propias muertes, porque hacen nuestro el problema de morir en manos de la violencia de las palabras que se llaman golpes, órdenes, sometimiento. Porque sabemos que nuestro cuerpo universal es el cuerpo de una sola mujer castrada o cortada o lapidada, en cualquier latitud, porque debemos, muchas veces, dentro de la literatura misma, morder en la boca la palabra que nos defina, y que nos libere, antes que el autor nos persiga y se dé cuenta que estamos siendo insurrectas y nos mate unos capítulos más adelante en una noche cualquiera.
Y habría tanto más que agregar respecto a las connotaciones y aplicaciones que se les ha dado en la literatura a temas como: el viaje, una exclusividad de los hombres, que necesitan la aventura y los nuevos amores, o los inspira la necesidad de saber, porque ellos sí pueden llegar a ser sabios, a Hipatia de Alejandría la sabiduría le procuró una muerte horrenda por parte de los nuevos cristianos, quienes la desnudaron por impía, y le arrancaron la piel con conchas de almejas y la dejaron para que inspirara miedo, para que las otras insurrectas no se atrevieran a alzar la voz, a mirar el cielo y descubrir allí nada. El hombre mientras tanto seguía viajando, luchando con cíclopes, brujas, diosas malvadas que lo alejaban de su amor, mientras la mujer tejía, o miraba el mar o se vestía de rapunzel en un cuento para niñas, le ofrendaba sus trenzas para que el llegara hasta ella, y le facilitara la libertad, o la besara para darle la vida, porque antes de él, su vida era un letargo sin sentido, sin pensamiento, sin acción. Eso aprendimos en las noches de invierno, lo escuchamos de nuestras madres, mientras los hombres bebías y hablaban de cosas importantes, mientras confiaban en el hijo varón y seguían componiendo la historia, agregando capítulos, atormentados por el qué harían con las hijas mujeres, quién daría algo por ellas, consumiéndolas en la cocina, mientras las hermanas Bronté escribían entre la pobreza y la tisis, ausentes del dinero familiar que gastaba su hermano en juergas, buscando la inspiración para sus poemas, soñando con la fama.
He aquí a la mujer indisciplinada que sobrevivió a los campos de exterminio de la sociedad. He aquí a la mujer que recibió un disparo en la cabeza por defender su derecho a estudiar. He aquí a la mujer que hurga desesperada por encontrar las palabras y los discursos donde se vea como en un espejo, y ame ese reflejo. He aquí a la mujer que no fue concebida de ninguna costilla, porque su camino ha sido dificultoso, y muchas veces la ha consumido el fuego de una fábrica o el fuego de la hoguera. He aquí a la mujer que continúa, como Ariadna, tejiendo y dejando la huella de su propio discurso.