AINILEBU
Después de haber pasado la mañana en nuestro cuerpo
adolorido
volvemos a una casa y añoramos
compartir el día que siempre pareció infinito:
calles caminadas sólo por nosotros
en medio de edificios feos y sombríos.
Envejecemos con el aire de las olas,
dormimos en la tarde entumecida,
nos gustaba esa luz que atraía a los felices.
Vamos lento y entendemos la muerte,
como aquellos que se estrellan contra el canto de una
puerta
o como esos que descubren el llanto en las palabras,
en el principio y el final de un mismo día…
en esos días que no importan nuestras voces
mirándonos sentados a la mesa.
CASAS ENTERRADAS
Antes la lluvia era tan helada,
las hojas temblaban en el suelo
como si su paso fuera el de un tirano
dispuesto a acabar con todo.
A veces la piel se despojaba de sí misma
para recibir las riquezas,
abrirse como tierra de cultivo.
Antes la lluvia desnudaba el hielo
y cada gota inundaba una ciudad.
A veces pájaros atravesaban la tierra
permaneciendo hasta sembrar sus huesos
detrás del suelo que gastaba el viejo tronco.
Antes no ardían amigos en el alba.
Las calles abismales recibían desaparecidos,
uno tras otro se juntaban en el viento
y cosían sus almas en el barro
cuando vieron que la ruta los quebraba.
Antes una y otra vez nos concibieron,
nuestros padres volvieron a mirarse
en todas las vidas posibles.
A veces lográbamos nacer.
Y llorábamos por la hermosura de las palabras,
llorábamos sobre los árboles muertos
que ocultaban el musgo que nos cubría.
Nuestro llanto era tan profundo,
se mezclaba con el río.
Entonces,
la lluvia abrazaba el tiempo.
Y nos mirábamos callados
esperando que no caiga la techumbre
en nuestras casas viejas y vacías
con muebles polvorientos y telas de araña,
pequeños calcetines en el tendedero
apuntando a la ventana que enmarcaba el mar.
Cómo quisiera estar allí, contigo
sentados en las sillas de lenga
con un tazón de té, mientras la brasa mata el leño,
como un par de viejos solos que se amaron siempre,
contemplando, contemplando…
cómo el mar no cesa de moverse con el viento,
qué paciencia ha de tener que no se vuelve altivo
o qué solemnidad que no precisa orgullo.
A veces podíamos morir de hermosura
y la ciudad se saturaba de nosotros,
nuestro andar era cual muro impenetrable,
el universo temblaba en nuestro lecho.
A veces muerte reclamaba nuestra ausencia
y aun sabiéndolo mirábamos el mar enternecidos.
COYHAIQUE
Cuando el aire se acumula resecando los pulmones,
se cortan los pies en el cemento
y la sangre se detiene.
Se estanca en el mimbre de la casa,
en las sombras del verano en la ventana.
Pedazos de cuerpo quedaron resecos
en los troncos de los árboles
y el agua dejó un rastro:
tierra de sepulcro en los cofres de ciprés.
Donde las luces de la tarde se corrompen
o se pierden por descuido inadvertido,
sobre esa tumba donde yacen los restos;
las casas, los caminos, sombras…
KUNUKAPI
Ha crecido bosque en nuestras calles
los líquenes cubrieron sus maderas
para entrar en donde hablan en silencio
y salir ramificados del origen de las aguas.
La corteza de Abedul nos alimenta nuevamente
los Coigües nos guarecen de la lluvia
mientras vemos cuellos negros ocultarse en el Kau-Kau.
Desembarcan los gemidos de la noche
para llevarse las memorias arraigadas
y comenzar de nuevo el ciclo de la tierra
donde dejamos nuestro cuerpo despojado
para la luna y el rocío venidero,
esperaremos el asomo del almácigo.
Mientras tanto se renuevan nuestras almas
en la vergüenza descubierta de la carne
y nuestra sangre herida entrega lo pasado
para elevar el torso blanco de la siembra
cuando germinen los cotiledones.
LA MELANCOLIA DEL PESCADOR
Siento como el mar muere en mis manos,
quizá el sonido de su muerte te devuelva.
Mientras tanto yo reúno nuestra sangre
para encontrarte comparando nuestros rostros,
así contarnos y soñarnos utopías
hasta llorar las que se irán de tu memoria.
Cuando vuelvas a tomar la red guardada
y navegues en la ruta de los fiordos,
morirás en mis manos como el mar.
LA RUTA
Es de fuerza certera planetaria,
el comienzo en verdad es un invento
y la sombra platónica es intento
que dirige hacia ruta milenaria.
Cuando acaben las voces cuestionantes
no habrá cuerpo que pueda ser finito
y las almas de vida darán grito
en minutos de fuegos fulminantes.
Son los miedos de tierra furibunda
que sofocan el agua nauseabunda
de materias que buscan no perderse.
No hay penumbra en el fin de las edades,
ni ceguera en las nulas realidades
es la ruta el mortal y los nacidos.
LLUVIA
Lluvia que alienta los tiempos perdidos de antaño en
los lazos
abre las manos del cuerpo olvidado en un rastro de
hielo
pierden los niños su piel inocente de ayeres de cielo
lloran mujeres que entierran sus huesos en blancos
pedazos.
Sol inmortal que alimenta los fuegos prendiendo la
tierra
verdes canelos oscuros murieron sin flores ni llanto
almas temibles que espantan el día en que prenda su
manto
fiel el destino, cuan suave su aliento cantando la
guerra.
Agua me limpia el pasado, el presente el futuro
ensuciado
piel que reseca abandona la vida en el rostro golpeado
quiero volver a los astros, al antes del vientre
materno.
Eso me traen los cielos oscuros, cargados recuerdos,
tronco del árbol de acero afligido quemado por
cuerdos,
luces dejando, partiendo, olvidando este lado del
mundo.
MONTE CANCANA
La noche es azul en las tumbas de los indios,
la noche es azul porque brilla el cerro
con cuarzo incrustado en sus piedras.
La cuenca del valle es de polvo
de muertos sin padres ni hermanos.
El Elqui miró mis entrañas,
dejé mi recuerdo empastado en tu libro
como un forastero cualquiera
y un niño se
entierra en el monte
(comenzó a hablar el viento que apenas enfría).
Humedecías rosales blancos
y la comida era de harina con tomates,
cazábamos las uvas que salían del cerco
y entré en un vientre abandonado.
Me hablan tus noches azules como el frío,
azules como hielo escondido en tu tronco,
sobre la tumba de mis memorias,
fusiladas tras la trinchera a pleno sol,
me habla tu casa iluminada
y yo temo ver el barro en sus paredes,
entumecido como tu voz contando historias.
Los astros te visitan conmigo
y su silencio es mas fiel que tu existencia,
aquí no hay lluvia sino polvo de hueso,
aquí no hay padre, aquí no hay hijo
ese río que te inunda los pulmones,
es lo único que se oye en esta ausencia.
PANGI
Hace tiempo que no soy de algún lugar
ni del norte ni del sur…
la lluvia a veces necesita la tristeza
como la tierra de mis pies que se desprenden
o el corazón arrancado de su cuerpo.
Quisiera descender de todas partes,
de las luces que tiritan en el río,
de laguna insostenible del invierno
con ese llanto del tejado
que tantas veces nos saciaba las angustias.
hay un frío en el viento de la tarde
¿Será el mar más fuerte que la casa abandonada?
las hojas del huerto se enfrían
no nos queda espacio en el tiempo para hacernos
translúcidos,
para mirar nuestros ojos vidriosos en invierno.
P.M.
La madera polvorienta de los bares
ya no aguanta el cigarrillo gastado de los solitarios
ni las risas de los
viejos en las mesas más ocultas.
Tantos clavos han herido sus paredes
que las fotos desteñidas se descuelgan
como la voz de una muchacha helada
buscando a alguien entre el mar y los borrachos.
La soledad es un niño abandonado en los barcos de la
noche
en esas bancas que envejecen de tristeza
una muchacha, un niño anciano
se entrecruzan en los cerros endurecidos
y la brisa les sostiene el cuerpo.
El paso de los vientos nos ha desconocido.
SONETO BLANCO
Espero que las yemas de tus dedos
recuerden mi cabello indefinido,
que sientas su sabor y que enloquezcas,
que mueras y revivas muchas veces.
Y de este labio hinchado de invocarte
me brota aquel susurro adormecido,
un soplo imperceptible de la noche
impropio habita el cuerpo y lo desnuda.
Envuelve un humo tibio tu contorno,
irrumpe en mi figura trepidante
las ropas son las horas que se frenan.
Quitemos esos tiempos de la tierra
hagamos un planeta en nuestros mares
muramos en el fin del universo.
TIERRA NEGRA
Te he perdido
en Puerto Cisnes,
en los barcos llovidos.
Recuerdo cuando fuimos niños
y pisamos las
cuevas de los Pumas.
Tu sangre me duele, hermano,
me duele un poco como muerte.
He dejado a nuestro padre en el cerro,
nuestra madre ya no es tuya.
Recuerdo cuando fuimos niños,
y querías nacer de su vientre,
caminamos por Cisnes, solitarios
teníamos olor a tierra negra,
en el mar
lloramos tanto…
LA MUERTE DEL TIEMPO
Con voces de mar iracundo
te llama mi cuerpo torcido,
su cumbre te busca nocturna
en lluvia de bosque y de selva.
La muerte me deja en tu pecho,
me envuelve tu aroma de hombre,
la fuerza animal que me invade
transforma mi cuerpo felino.
Destila mi forma tu forma
de cálido ojo durmiente,
me cubre tu esencia florida
que brota en mañanas de niebla.
La noche estelar de tu rostro,
laguna en el hielo dormida,
desborda los valles lejanos,
suplica la muerte del tiempo.
DESPUÉS Y NOSOTROS
La fatiga de la luz
no nos asombra
aun después
de andar la noche oscurecidos.
EN EL UMBRAL
Espero en el umbral de la puerta
la llovizna que nos limpia el aire
adormece la tierra del camino
y sacia las horas resecas del día
que mueren sedientas en alguna ciudad.
En el umbral luminoso de una puerta
se piensa que la muerte abunda,
ha dejado su espesura entre la gente,
entre aquellos que temen el peligro del tiempo.
La llovizna ligera del bosque
ha tocado a los que huyen del día perdido,
a nosotros nos toca y quedamos muriendo
sepultándolo todo
donde son demasiadas las tumbas que callan.
INCIERTO
Dejemos que nos sople la larva remanente,
detengan la pelea, muramos para siempre,
la vida insoportable que aspira nuestro vientre
engaña nuestro miedo, certeza intermitente.
Palabras nos atrofian, nos llevan al entierro
son meras distorsiones que sufren de ceguera,
la nada nos persigue, nos traga verdadera
entrega a
nuestras voces lugares de destierro.
El hombre es un gusano, divino rastro inerte,
su fin irrefutable: la gloria de la muerte,
el sueño desmembrado que rompen los planetas.
Visiones inconcretas, no existen las verdades,
las luces nos observan, asumen realidades:
el canto de una diosa del fin desconocido.
PROFECÍA
Moriremos en paredes
enmohecidas por la orina de las ratas,
en lugares que nos harán perder la piel,
donde los gusanos tendrán poder de vida o muerte,
solos
porque el amor nos teme
y tenemos el rostro desfigurado.
REMANENTE
No se viven continuos esos años
ni respiran los vientos sin la mente
son segundos de lúcido demente
que se queman en busca de los daños.
Son espacios de tiempo indefinido
que revelan los astros alejados
en la búsqueda de pasos encerrados
del que olvida mirar en lo perdido.
No se pierdan los tiempos de consciencia
ni vergüenza aparezca en la demencia
no haya olvido al probar placer mundano.
Y sentado a los pies de los lamentos
infinitos sucumben los momentos
que levantan con fuego lo sagrado.
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