(tal
vez otras ciudades)
La gracia ha de caer en
llamaradas
sobre las ruinas
sobre cada árbol, cerro,
hendedura.
Un santo oficio sobre la
naturaleza.
Y tal vez mi cuerpo
con sus grietas y
copas
se levantará otra vez.
Armaríamos entonces,
otras ciudades:
éstas, tan frágiles
hicimos.
La flor
de la dicha
Aquí, a
orillas de la mesa
con la ventana entreabierta
y una tetera silbando monocorde,
el instante despliega su andamiaje.
Descanso
el rostro sobre el brazo
y me dejo recorrer por esta paz.
Ya antes de todo, ahí
en ese sitio
estaba concentrada la plenitud.
El fuego,
la luz, los objetos amados
reunidos en capullo
se abren sin
aspavientos.
Es la
flor de la dicha
que estalla unos segundos
y perfuma, al extinguirse,
los demás momentos del día.
La dicha del agua
Ninguna
oquedad permanece aquí sin su agua.
Se contempla el movimiento de las fuerzas
naturales
las frágiles ramas de los
ciruelillos jóvenes,
sus hojas asidas a toda nervadura para resistir el viento.
Nubes y nubes se
funden
en la densa materia que cubre el cielo.
Una gran tela nos envuelve con su textura
aguada.
Ninguna
oquedad permanece aquí sin su agua.
Y este pájaro hará cualquier cosa para llegar a la
fuente.
Furor
de yegua.
Pasa una manada de
potros
por el río corriendo
las crines erizadas
restallando el agua
contra el lomo.
Espumajo y caricia
en el lomo mío ahora
bañándome a toda
prisa
todavía en el hedor
y con el aire espeso.
Tú,
en la espesura.
Al campanilleo de
pecíolos hinchados
sucede una rama fina
que luego, en
espasmos, arboleda.
Fangoso el
territorio de tu aliento.
Ah robustas
nervaduras
y hojas capaces de
sostener a un niño.
Fino
trazo y quietud.
Arde en azul el
musgo trepador.
Un intenso olor de
húmero y agua
esponja el suelo.
Ninguna interrupción
más que el río
correntoso y la piedra
que no logra
contenerlo.
Respirar esta
dulzura.
A bocaradas tragarse
el pacífico estar:
este preludio de
nada
que es el propio
deleite.
Materia
íntima
Hay espacios que se
curvan y suavizan.
Extienden un aura amable,
desdoblan sus esquinas.
Nos entregamos a ellos,
sosegados
dejando el paso libre
incluso
hasta el fondo fondo de
nuestras pupilas.
Allí donde el légamo
oculta
un cristalino brillo.
Lo abisal del beso.
Humedecer e que aleteamos
unísonos.
La fugacidad se estaciona
y pájaro en la nieve
acurrucado
y estatua de pueblo
enmohecida.
Besándonos
retorno al paisaje
éste, de brazos extendidos.
Espesor
del instante
En días como éste, se
vuelve a inundar el patio de la infancia. El barro donde chapotean las
gallinas, se vadea con tablones puestos uno a continuación de otro. La madre
junta valor durante el día para enfrentar la oscuridad de la noche que se
anuncia especialmente dura. Afuera estallan ventarrones fortísimos, truenos y
relámpagos pero los niños de sus ojos tenemos permiso para ser felices y
desarmar todo el orden doméstico: la cocina se convierte en una carpa de circo
con las colchas y frazadas. El trapecio cuelga del techo y mi hermana se
balancea en calzones a los que hemos
pegado papeles brillantes. Soñé tanto con estar trepada allí alguna vez con el
pelo flotante y un traje de pedrerías. Pero lo mío era mirar. Y de algún modo,
todavía estoy debajo de la mesa contemplando a mis hermanos y sus faenas
riesgosas. Desde el lavaplatos a la mesa
de la cocina, el palo de la escoba para los más osados o una tabla también
sacada de una cama, permiten el lucimiento de los equilibristas.
Y
otra vez una sonrisa me atraviesa de parte a parte cada vez que la lluvia
empieza a tupir y se adivina el temporal. Porque la vida sigue siendo como esa
improvisada carpa de circo. Mi madre en las sombras; su mano que no se ve,
contiene el hilo de todo y ha dejado que cada uno se despliegue según un tejido que tal vez no entiende pero
confía porque es un hilo que viene de lejos
sin cortarse, desde su madre y las otras
más antiguas. Mis hermanos siguen de lleno atravesando pruebas como si jugaran
y yo aquí, deseando atreverme, agazapada un poco, ahora tras las cortinas .La
sonrisa, ahora como entonces, no logra borrar el remiendo de las sábanas.
Siento, eso sí, un aire de término y sospecho que no desfilaré en el gran final
con tacos altos y medias caladas.
http://circulodepoesia.com/2010/12/fofa-de-poesia-no-265-rosabetty-munoz/