Del capítulo: Sobresalto
Desde el fondo de la magnífica tragedia
Los alfileres son asuntos fuera de las palabras
asuntos cotidianos como el llanto y la ceniza
la belleza suele espantar
y qué
el sol puede salir por cualquier agujero después de
una borrachera
y la simplicidad puede ser un beso de nueve aristas
es así se dice que el tiempo siempre tiene las
respuestas que esas sean
para los otros, para los que prefieren esperar
me bebo y me derramo
en la otra arista en el otro juego
seremos los fieles
las habitaciones son algo fuera de la noche y porqué
no
también fuera de los días
la paciencia no me alcanza
siento un gran gusto por quienes no temen
por los que saben el secreto
el despropósito es el centro exacto de las cruces
un sentido de cíclope
la ternura abrazada a este juego demasiado oscuro
La profanación a escala real es el crimen merecido
por las mejillas del cierre
Un pretexto, la lluvia
una traición demasiado exquisita.
La esfinge depositada en el cutis
“El hombre necesita un dios para su debilidad
un dios para su amor.
Pero yo busco un dios para mi crimen
Para mi herejía idolátrica.”
Carlos de Rokha
Mi crimen está en esas creencias en la sonrisa
entumecida y en un paisaje de imágenes rotas.
El primer mundo me vio nacer, es cierto, aunque aún no
he recobrado a mi parentesco deforme y sombrío. Sin raíces me mantengo en pie.
Los viejos designios son parte de los versos nocturnos, las colecciones lejos
de la furia.
II
El peso de las letras, de mis brazos en las manos es
el atardecer característico, anclado a la última carnicería. Retrata la caída
donde los frutos intervienen en extensiones artificiales. Paraísos de ceniza
sobre charcos y reflejos de saeta.
III
Todo es tan cierto los pasos ya no dejan rastro, aún
no recobro ese parentesco deforme y sombrío.
El fin son los cadáveres que silban, las venas fuera
de la boca. Bebo la noche al confundirme con la vigilia.
Los gestos son un sonido de epidermis, cuya
profundidad se aproxima a un blanco gemido.
La tempestad se anula como un caballo que duerme.
La tormenta hace florecer al tercer sitio, sin saber
pertenezco a la canción, a los libros sin nombre, a mi furia, a mi gracia,
a las manzanas doradas que robé.
Capturo al atardecer más próximo, puedo ver la mueca
los signos de crimen y muerte.
IV
Soy el vigía y la estrella deforme de esta noche. El
círculo negro que se ancla en este espacio que es solo evidencia
Quiero recorrer una planicie, cuando el verbo se cae y
troca los pedazos de la noche
Costilla sobre costilla paseo al cadáver
vuelvo a la evidencia, hay algo que se escapa al
despropósito
hay algo que ríe
La imaginación de los pocos es la tragedia que me
falta, el crimen cerca de la magnificencia, una situación de espera y cacería
que logra transformar los pliegues y me entrega la sortija. La fecundidad que
sea de los pocos, de la oscuridad y la estrella deforme de esta noche, un
círculo negro de contenido indescifrable. La opción nula en los espéculos
sagrados
La notoriedad del tiempo
Matriz rota como objeto enrarecido.
Nidos de oscuros cuervos
Innombrable eco que desde antes y después anida en los
cuervos
anida en las bocas, anida en lo oculto, en lo oscuro
Aun después
ahí estará cantando de noche, cualquier noche
dejándonos más allá del tiempo, más allá del ataúd
más allá, más allá de todo
Aun cuando ya hemos olvidado
siempre estructuramos algo símil, algo que nos viste
de azul y muere
Ahora somos particularmente amargos y ciegos,
cantamos despacio. Vivimos en oscuridad dejándonos
sentir
Sin necesidad de oscuros cuervos, oscuras
aproximaciones.
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