Selección de Gladys Mendía del libro Puente de Medera
(2010)
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Sabes que debo escribir
Y someterme a las leyes
Instructivas del lenguaje
La cosedura del entramado
Se notará siempre
Pero quisiera omitir aquí tu voz
Y esa discreta tendencia
Ese sarcasmo vagamente higiénico al cual recurrimos
Con esa establecida finalidad que sólo hoy empezamos a
valorar
Me defines como una predadora
Esta vez no te concederé la razón
Porque la dificultad para esto radica
En las toallas calientes que soportan mis brazos
Y en esas toallas heladas que soporta mi frente
(Por otra parte sabemos
Que las definiciones toman vida propia)
Por eso mi pelo cae sobre tu frente
Y no hago ningún esfuerzo
Para que este instante sea distinto de lo que es
Ahora bien
La joven estudiante
Inquietamente ve delante de sus ojos
Un número determinado de vivencias
Un número calculado de vivencias para su estabilidad
Y disponible para sus sentidos
Esto no lo sabe ella
Pero es extremadamente claro
No hay ambigüedad
No hay elección
Pero si repican los relojes con indolencia
O incluso bajo influencias frías
Reagrupamos esos acontecimientos
Es probable que lo irreparable
Continuamente aplastado
Salte delante de nosotros
Con esa necesidad que tiene de imprecarnos con dureza
El porque arrastramos
A ese que cumplirá con todos nuestros recuerdos
después
Te ríes desafiando este acontecimiento
Te ríes de mí frente a estas construcciones
Te ríes de mis artificios
Te ríes de ese coche fúnebre de mi sueño
Pero mendiga sólo de ti puedo esperar algo
Puedo esperar descender rápidamente por una ladera de
la ciudad
O puedo hacer creer en esta pantomima
Que puedo concederte un grado de seguridad tal en esta
farsa
Que amortigüe el miedo que sientes como una
imperfección
Además tú sabes muy bien
Que si omití nuestros vicios
O no dejé que se vieran
Fue porque quise comportarme
Como la más alta clerecía
Pero forcé el poema mendiga para quitarte algo
Algo que me calme esta lógica
Que me llama a seguir con estos supuestos de siempre
En esta noche tórrida de verano
9
Tú eres el señor de la casa
Tú eres el señor de tu cuerpo
Estás en él esperándome y de una manera diferente
Cada día en la puerta me acoges
Tú eres el señor de tu casa y de tu cuerpo
Y nada se oculta ni se acalla ante ti
Pero el padecimiento viene cuando a veces no estás
Y el señor que hay en ti se exilia
Y es otro el que me abre la puerta de una casa que no
es suya totalmente
Tu cuerpo está en exilio
Estás lejano
Pero rara vez se expone con franqueza esta lejanía
Mi corazón y mi alma ya no saben percibir ni ver
A ese señor que un día me esperara en el umbral
Te nombro y me escucho nombrarte
Pero tu nombre se ha ocultado en la casa
Se ha recogido en un cuerpo
Y de esta manera resulta que todo lo que eres
Está en la habitación esperando que llegue
El verdadero señor de la casa
Para que ame a ese señor recogido en sí mismo
Para que así el cubra su rostro con las manos
Y reconozca mejor su amor por mí
Porque sabe que en esa habitación
Cuerpo y casa acogen de una manera univoca
De una manera simple
Ahora bien
El poema vuelve al orden de la casa
Y sólo ahora es donde queda establecido en todo su
rigor
La necesidad física para que aquello que no es físico
Se infiltre en el ámbito de lo que no es
Claro que con reservas
Ya que tu casa y tu cuerpo me obligan a participar de
su significado
Y esto debido a su exagerada complejidad
Es todo el ser por todas partes
Selección por Gladys Mendía del libro inédito CASA DE REPOSO (2013)
CASA DE REPOSO
I
Los dolores se suceden y se repiten en Pompeya con una monotonía abisal.
Te diré que llegar aquí es difícil, hay una suerte de
tiranía en el acceso. No sé cómo lo hice, las coordenadas cardinales y
geográficas no las sé, pero sé el camino, cómo me conduje aquí.
Llegas a una especie de avenida, y a la gente de ese
lugar le fluye algo por los ojos que no logro definir.
Lo que fluye no es una luz blanca, ni fluye un alma
fuera en esos ojos: si al menos fuera un esbozo de sonrisa, no me daría ahora
escalofríos el pasto que se quema en los inviernos, aquí.
La verdad de lo que fluye en este lugar es más bien la
imagen de una boca, una boca desdentada que te besa, te da terror y te
sostiene.
***
¿Por qué los ancianos y los enfermos son una carga hoy
para nosotros? Algo que no nos interesa, que no es asunto nuestro.
Los niños son también una dificultad, pero de otra factura,
ya que sabemos que son la carne fresca que llevará nuestro pasado marcado a
fuego en la memoria.
No sé cómo llegamos a esto, pero un poeta comentaba
que no sabía de dónde venía la tristeza, y le preguntaba a un dios natural por
ella.
Para mí la tristeza viene de Pompeya, y es una
tristeza indiferente, como un amante estático con un cuerpo inerte y una
sonrisa sub urbana.
***
La casa es de madera, es más bien una hilera de medias
aguas en un sitio rodeado de palos con enredaderas que ficcionan una reja. El
dinero es importante aquí, lo percibo por sus necesidades, y la gente me parece
buena.
En el umbral de la pequeña sala no sé si sigo viva,
nadie me contiene en su memoria, por lo cual hago un trato ventajoso –y por
otra parte, el pacto lo hago con mi corazón y
mi memoria.
Un detalle perturbador: ellos creían que iba a dejar
ahí a alguien enfermo o anciano de mi familia. Luego, reflexioné que ni
siquiera a mi padre dejaría en este lugar, ya que busqué el último rincón en el
que yo podría quedarme.
Y me di cuenta que la casa de reposo, literalmente, es
una barraca militar en el vacío: horarios, deberes, esperas y abusos.
Ya me busqué un lugar que representara una madre
maligna, una madre abusadora desde el primer día, para poder vivir.
¿Lo crees?
Luego, en mis noches de insomnio, crecía y crecía la
percepción de que había un dios en aquella casa, que me seducía pobremente a
pasar ese umbral.
No pretendo que este escrito te guste, pero en esta
casa, te guste o no, se anuda Chile y nuestro destino –con su dios feo, ese
dios de tantos chilenos–, que me grita en este instante: «entra, te quedarás».
***
En esta casa hay algo simétrico, algo pendular: si te
mueves un poco hacia la izquierda, alguien se mueve a la derecha.
Es algo inconsciente, sabes, casi un reflejo. Somos
enfermos, claro: estamos imposibilitados de recordar nuestro origen con
claridad, y lo que queda como residuo es dejarse llevar por este espacio, y de
múltiples maneras cumplir con los horarios.
Yo, por mi parte, tengo la noción de que recordando
tendré un poco de sanía, pero recordar siempre ha sido decir la verdad, y no
creo que seamos capaces de nombrarla. Si tan sólo esta gente, estos extraños
cantaran, pero no, sólo miramos el vacío.
Si sólo existiera aquí un pasajero que trajera un vislumbre,
un recuerdo vivo a este lugar, habría esperanza, pero no.
Sólo tenemos aquí la parodia del amor, la parodia de
ese caos tan deseado, de esa angustia feliz, como un universo en su plenitud,
que nos lleva a un frenesí anclado a un orden.
Pero basta, basta de todo esto. Estoy lejos de toda
armonía, de toda serenidad aquí en Pompeya. Siempre vuelvo los ojos en torno
mío, y he sentido ahora una monstruosa, una indescifrable apariencia, rodeada,
sitiada por otras apariencias, tan incomprensibles: todo tan feroz, tan
desgraciado, quizá como yo misma.
III
A la manera de AntoninArtaud, soy una imbécil, porque
mi pensamiento es estrecho y corto: mi pensamiento no sucede. Acá hay horarios
de visita. Se rompe la monotonía, pero en la casa no sabemos si esta ruptura es
algo positivo o negativo. Por ejemplo, me visitan chicos de alguna comunidad
cristiana que sólo tienen una imposición de venir, por compasión a la casa de
reposo. Pero yo entrego una imposición con respecto a mi pensamiento, por lo
cual, sólo alcanzan a ver una especie de espejismo. Y frente a eso, se ponen a
pensar en esta imposición, como si todo esto significara la señal de una
experiencia privilegiada aquí.
Mi yo se desgaja como un panecillo en la mesa donde
ellos comen. ¿Habrán pensado alguna vez por qué no bebo agua en esta mesa?
No estoy triste, no se confundan: yo soy una imbécil y
lama fama me encarcela.
Pero pasa que ustedes perciben no sé qué debilidad, no
sé qué amorfía en esta aseveración. Debilidad mi ansia de concordancia, mi hipócrita
necesidad de ustedes, cuando les represento la angustia y corro a pedirles
piedad por las calles.
Por supuesto, ustedes se conocen a sí mismos, claro.
Pero yo velo lo que hacen. Es más, todos acá vemos muy bien lo que hacen. Les
pregunto, entonces: ¿es que así se acaba la poesía, el lenguaje, los diálogos?
Por otro lado, ellos observan mi cuerpo, mi ajado
cuerpo, miran mis ojos, piensan en mí.
¿Piensan en mí? ¿En mí?
Y creen que éste es su privilegio.
Se apropian del privilegio como lo haría un sacerdote
o un zapatero. Yo, que hablaba de zapatos frente a ellos, para que ocuparan la
palabra privilegio como una prostituta o una verdulera que diera un juicio
sobre la realidad, ya que ellos ocupan todo su quehacer verbal para no salir
nunca del círculo del verbo.
En esto percibo una sombría sombra que avanza. Me
agobian, tanto como yo los agobio a ellos.
Pero me pregunto: ¿qué ven cuando me ven?
¿Ven acaso el desequilibrio, este aplanamiento, estas
ausencias, este hundimiento en la realidad? Me pregunto:
¿Qué ven cuando me ven?
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